Ayer,
mientras el brote de Lleida se convertía en una imparable ola de contagios que
atestiguaba el fracaso de la Generalitat en su labor de rastreo y seguimiento,
se celebraban unas elecciones autonómicas en País Vasco y Galicia marcadas por
brotes locales y que han arrojado, como resultado, la consolidación de sus
gobernantes, representantes de una visión moderada de la política. Con una
abstención más elevada en Euskadi de lo normal y una participación habitual en
Galicia, el resultado de estos comicios mantiene las cosas como estaban,
respalda la gestión serena de las crisis, recoloca piezas y ofrece lecciones
para la política nacional, cuyos representantes no salen bien parados de ambos
comicios. Alguno, de hecho, no sale.
Feijóo
logra su cuarta mayoría absoluta en Galicia, sube un escaño respecto a los 41
que tenía, obtiene casi la mitad de los sufragios y logra algo asombroso. Su
triunfo es total, aplastante, asombroso en estos tiempos divisivos. Hizo una
campaña personalista en la que las siglas del PP apenas aparecían, a sabiendas
de que no era el candidato más querido por una dirección nacional que sigue sin
saber dónde está. Esa dirección de Pablo Casado hizo que fuera Iturgáiz el
candidato a las elecciones vascas, rescatándolo casi de los años noventa, y ahí
el PP ha obtenido el esperado fracaso que indicaban todas las encuestas,
bajando de nueve a cinco diputados. En Álava el PP sólo triplica en votos a
Vox, que ha logrado un escaño. En Galicia Vox ni existe ni se le espera. No se
si Casado desea suspender muchos másteres más antes de aprender la lección de
qué es lo que le permite obtener votos y qué es lo que no. Fue la de ayer una
mala noche para el PSOE, que con el control de Moncloa y de muchas terminales
mediáticas no obtiene nada de nada. En Galicia repite un resultado que le sirve
para estar cuatro años más en una aburrida oposición, y en País Vaco mejora un
representante, pasa de nueve a diez, pero se mantendrá coaligado a la máquina
de ganar elecciones que es el PNV. Los de Sabin Etxea pueden volver a brindar
con todas las bebidas que deseen. Vuelven a ganar, suben de 28 a 31 escaños y
mantienen la mayoría absoluta con el socialismo como muleta. La manera en la
que el PNV gestiona los votos y les saca rédito es tan asombrosa como efectiva,
pocos partidos son capaces de lograr lo que ellos hacen, siendo de una
profesionalidad política que es digna de elogio. Sus rivales no les soportan. El
fracaso de la noche, el desastre sin paliativos, es el cosechado por el líder
supremo Pablo Iglesias, que en unos años ha conseguido convertir Podemos de
marca ilusionante en mera excusa para que él y algunos de sus familiares se
aferren a cargos y bienes. El resultado en el País Vasco es muy malo, con un
desplome que le lleva de nueve a seis escaños, que de nada sirven, pero es que
en Galicia la confluencia de las mareas bate récords y pasa de catorce escaños
a cero. Sí, cero, el parlamento gallego se compone únicamente de tres partidos.
Prácticamente en ambas comunidades se produce un trasvase directo del voto de
Podemos a la sigla nacionalista extrema, de tal manera que Bildu en País Vasco
y, sobre todo, el BNG en Galicia, suben hasta alcanzar sus mejores resultados
en mucho tiempo. En este sentido el voto nacionalista sale muy reforzado de
estos comicios, lo que es un mal resultado. El PP en Galicia y el pragmatismo
del PNV en País Vasco ayudarán a que esta subida no tenga efectos prácticos a
nivel nacional, pero indica un movimiento de fondo que no es bueno. Podemos, como
presunto partido de izquierdas, ha dilapidado su capital convirtiéndose en un
mero apéndice del nacionalismo local, y sus votantes, que salían de movimientos
locales, o se han quedado en casa o han retornado a cuarteles nacionalistas de
presunta izquierda (todos los nacionalismos son de derechas por definición). En
el PSOE debieran estudiar, con temor, el hecho de que casi ningún votante
podemita ha vuelto a votar la marca socialista. Son electores que Ferraz ha perdido
del todo.
Con
estos resultados en la mano, y en un país y partido normal, hoy Pablo Iglesias
dimitiría como vicepresidente segundo y dejaría su formación política para que
el partido se recompusiera, pero tranquilos, abandonar toda esperanza. Bien
poco le importa al señor iglesias los resultados de ayer mientras siga cobrando
él, y su mujer, el sueldo de ministro y las vistas desde su piscina le permitan
contemplar el poder que él, y sólo él, ha acaparado. Como buen leninista que es
le da igual el partido, los votantes y, desde luego, la gente, ese estorbo que
es útil para alcanzar el poder y que luego debe ser olvidado, y a ser posible
reprimido, para mantenerse en la poltrona. Curioso lo que Iglesias le ha hecho
a los círculos de Podemos, no ha logrado su cuadratura, sino directamente su
extinción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario