A
medida que avanza el número de positivos en España y las curvas se encrespan
empiezan a quedar dos cosas claras. Una es que no hemos tomado medida alguna
para retrasar esta nueva oleada de positivos, con todas las consecuencias
negativas que se derivan de ello, y otra es que, como siempre, centramos todos
nuestros esfuerzos en debates estériles y en buscar culpables ante lo que
sucede, en vez de evitar que pase. Es más cómodo discutir sin trabajar,
lanzarse a la arena de los medios y decir cosas antes que ponerse a invertir recursos
en rastreadores cuando son útiles o diseñar estrategias y escenarios que exigen
pensar, meter horas, dedicarles un tiempo que, sin duda, nuestros políticos ven
mejor empeñado en su gresca y estulticia.
La
discusión de esta semana, en medio de cifras cada vez peores, es si estamos
ante una segunda oleada del virus, y en gran parte me atrevo a decir que sí,
pero con matices. El sí viene de la forma de las gráficas, que fabrico a mano
en medio del desastre de datos que suministra un desbordado y antediluviano
Ministerio de Sanidad, completamente inoperante. Los crecimientos no de la
variable de infectados en las últimas 24 horas, que son intensos pero falaces,
sino los de la de infectados totales, muestran que comunidad des como Aragón,
Cataluña o Navarra se encuentran en pleno proceso de disparo. En ellas el
contagio ya es comunitario y pueden ir despidiendo a los rastreadores que no
contrataron, porque esa labor de traza, fundamental para evitar lo que ahora
vemos, debió hacerse antes, ahora no tiene mucho sentido. Las cifras de Madrid
también están despuntando, tras semanas aletargadas, con
el sistema sanitario aún grogui y el rastreo prometido completamente incumplido.
Es encomiable la manera en la que las CCAA han cumplidos los compromisos a los
que llegaron en las fases de la pasada desescalada, ahora que vemos una
reescalada de los casos. Cierto es que, afortunadamente, los hospitales y UCIs
aún no muestran repuntes serios, sí crecimientos, pero desde niveles tan bajos
que no resultan significativos, y esto se debe en parte tanto al retraso que
existe entre el inicio de síntomas y el posible ingreso hospitalario como al
hecho de que ahora se detecta más y mejor, y el número de asintomáticos es
superior, lo que infla la curva de positivos más de lo que lo hará la de
hospitalizados y fallecidos. Pero el crecimiento de positivos es innegable, y
también nos dice otra cosa sobre la que se discutió mucho en el pasado. Estos días
hace un calor muy intenso en todo el país, estamos en lo más duro de un verano
que empezó suave y está siendo severo. Los 40 se alcanzan día tras día en
muchas zonas del país, entre ellas Zaragoza, y eso no afecta al número de
positivos, por lo que parece ser evidencia de que estamos ante un virus que no
es estacional, como el de la gripe. Como todos los virus, el calor extremo no
le sienta bien, sobrevive mucho menos en superficies que estén calientes al sol
y sometidas al baño de ultravioletas que queman nuestra piel, y el hecho de que
el buen tiempo nos haga estar más en la calle reduce las opciones de transmisión,
muy potenciadas en los espacios cerrados, pero el virus en su conjunto no
muestra un comportamiento asociado a las estaciones, con rebrotes invernales y
apaciguamientos estivales, comportamiento típico de las gripes. Sus olas no
vienen, por tanto, por la meteorología, sino por la dinámica de la sociedad en
la que se encuentra. Si la sociedad se encierra la transmisión se reduce y la
incidencia baja, mientras que si la sociedad se abre la transmisión crece. Por
ello, picos y valles de contagios se correlan intensamente con la dinámica de
la sociedad en cada momento, y esperar que tengamos una pausa de la epidemia en
agosto porque hace calor es una quimera que empieza a desdibujarse en los análisis
de todos los que saben de esto (ninguno es político, obviamente).
Visto
lo visto, a medida que los países reabren y salen de los confinamientos tendrán
olas epidémicas de diversa intensidad, quizás en su mayoría menor de lo que lo
fue la primera, pero inevitables. El sistema de rastreo y prevención que se debía
haber instaurado tras la ola inicial era una manera de comprar tiempo, de
retrasar la segunda avalancha lo más tarde posible para dar margen a las economías
para recuperarse algo y otorgar ventaja a las pruebas de las vacunas, que por
mucho que se precipiten, no podrán ser dadas por mínimamente operativas hasta finales
de este año. Ese margen de tiempo que da algo de serenidad, y que naciones como
Alemania están disfrutando, es lo que hemos desperdiciado por completo en
España por nuestra total incompetencia en la gestión del rastreo de contactos.
Agarrémonos fuerte para lo que pueda venir.
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