miércoles, julio 29, 2020

No es estacional


A medida que avanza el número de positivos en España y las curvas se encrespan empiezan a quedar dos cosas claras. Una es que no hemos tomado medida alguna para retrasar esta nueva oleada de positivos, con todas las consecuencias negativas que se derivan de ello, y otra es que, como siempre, centramos todos nuestros esfuerzos en debates estériles y en buscar culpables ante lo que sucede, en vez de evitar que pase. Es más cómodo discutir sin trabajar, lanzarse a la arena de los medios y decir cosas antes que ponerse a invertir recursos en rastreadores cuando son útiles o diseñar estrategias y escenarios que exigen pensar, meter horas, dedicarles un tiempo que, sin duda, nuestros políticos ven mejor empeñado en su gresca y estulticia.

La discusión de esta semana, en medio de cifras cada vez peores, es si estamos ante una segunda oleada del virus, y en gran parte me atrevo a decir que sí, pero con matices. El sí viene de la forma de las gráficas, que fabrico a mano en medio del desastre de datos que suministra un desbordado y antediluviano Ministerio de Sanidad, completamente inoperante. Los crecimientos no de la variable de infectados en las últimas 24 horas, que son intensos pero falaces, sino los de la de infectados totales, muestran que comunidad des como Aragón, Cataluña o Navarra se encuentran en pleno proceso de disparo. En ellas el contagio ya es comunitario y pueden ir despidiendo a los rastreadores que no contrataron, porque esa labor de traza, fundamental para evitar lo que ahora vemos, debió hacerse antes, ahora no tiene mucho sentido. Las cifras de Madrid también están despuntando, tras semanas aletargadas, con el sistema sanitario aún grogui y el rastreo prometido completamente incumplido. Es encomiable la manera en la que las CCAA han cumplidos los compromisos a los que llegaron en las fases de la pasada desescalada, ahora que vemos una reescalada de los casos. Cierto es que, afortunadamente, los hospitales y UCIs aún no muestran repuntes serios, sí crecimientos, pero desde niveles tan bajos que no resultan significativos, y esto se debe en parte tanto al retraso que existe entre el inicio de síntomas y el posible ingreso hospitalario como al hecho de que ahora se detecta más y mejor, y el número de asintomáticos es superior, lo que infla la curva de positivos más de lo que lo hará la de hospitalizados y fallecidos. Pero el crecimiento de positivos es innegable, y también nos dice otra cosa sobre la que se discutió mucho en el pasado. Estos días hace un calor muy intenso en todo el país, estamos en lo más duro de un verano que empezó suave y está siendo severo. Los 40 se alcanzan día tras día en muchas zonas del país, entre ellas Zaragoza, y eso no afecta al número de positivos, por lo que parece ser evidencia de que estamos ante un virus que no es estacional, como el de la gripe. Como todos los virus, el calor extremo no le sienta bien, sobrevive mucho menos en superficies que estén calientes al sol y sometidas al baño de ultravioletas que queman nuestra piel, y el hecho de que el buen tiempo nos haga estar más en la calle reduce las opciones de transmisión, muy potenciadas en los espacios cerrados, pero el virus en su conjunto no muestra un comportamiento asociado a las estaciones, con rebrotes invernales y apaciguamientos estivales, comportamiento típico de las gripes. Sus olas no vienen, por tanto, por la meteorología, sino por la dinámica de la sociedad en la que se encuentra. Si la sociedad se encierra la transmisión se reduce y la incidencia baja, mientras que si la sociedad se abre la transmisión crece. Por ello, picos y valles de contagios se correlan intensamente con la dinámica de la sociedad en cada momento, y esperar que tengamos una pausa de la epidemia en agosto porque hace calor es una quimera que empieza a desdibujarse en los análisis de todos los que saben de esto (ninguno es político, obviamente).

Visto lo visto, a medida que los países reabren y salen de los confinamientos tendrán olas epidémicas de diversa intensidad, quizás en su mayoría menor de lo que lo fue la primera, pero inevitables. El sistema de rastreo y prevención que se debía haber instaurado tras la ola inicial era una manera de comprar tiempo, de retrasar la segunda avalancha lo más tarde posible para dar margen a las economías para recuperarse algo y otorgar ventaja a las pruebas de las vacunas, que por mucho que se precipiten, no podrán ser dadas por mínimamente operativas hasta finales de este año. Ese margen de tiempo que da algo de serenidad, y que naciones como Alemania están disfrutando, es lo que hemos desperdiciado por completo en España por nuestra total incompetencia en la gestión del rastreo de contactos. Agarrémonos fuerte para lo que pueda venir.

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