Este
fin de semana Vicente Vallés, periodista de Antena 3 y presentador de su
informativo diario de las 21 horas, ha sido objeto de ataques por parte de
Pablo Echenique, alto cargo de Podemos, partido que cogobierna en España. La
táctica de Echenique es la de siempre, la del señalamiento de todo aquel que no
se considera afecto a los lemas y proclamas de la formación morada. No es muy
novedoso que se produzcan ataques de este tipo, pero sí lo es en España que
procedan de formaciones políticas que ejercen poder del gobierno, que no son
minoritarias o extraparlamentarias, no, sino que sientan a compañeros suyos en
el Consejo de Ministros, con poder para cambiar normas y tomar decisiones. Eso
hace estos comportamientos aún más denunciables.
Lo
que ha hecho Echenique con sus soflamas es algo tan viejo como ruin, que es
señalar al mensajero para amedrentarle, para acallarle, para someterlo mediante
el miedo al silencio, y si quiere hablar, a que diga lo que el poder quiere
oír. En una sociedad libre, los medios de comunicación, y los ciudadanos en
general, poseemos derechos, y uno de ellos es el de la libre expresión, de tal
manera que podemos opinar lo que deseemos sobre lo que sucede a nuestro
alrededor y apoyar al gobierno, oponernos a él o simplemente pasar de su
existencia, lo que uno desee. Las formaciones políticas, que aspiran al poder y
a que los ciudadanos les aplaudan permanentemente, tienen una difícil relación
con la gestión de la libertad y los medios, y tratan siempre de influir en
ellos. Partidos clásicos como PP o PSOE saben de la influencia que poseen los
medios y tratan de hacerse con ellos. No contentos con contar con cabeceras de
prensa que no dejan de adularlos sin cesar, cada vez que acceder al poder
buscan, lo primero de todo, controlar los medios de comunicación públicos,
convirtiendo a RTVE y a las corporaciones públicas autonómicas en altavoces de
su propia propaganda, degradándolos en un ejercicio tan infantil como sucio.
Pero aun así, estas formaciones poseen límites, sabe que hay barreras que no se
pueden traspasar, cosa que no tienen claro partidos de otro estilo, como
Podemos o vox. Es más, estas formaciones tienen muy grabado en su interior que
las libertades de las que emanan derechos como el de la libre expresión deben
ser cercenadas. En el totalitarismo en el que se mueve su concepción del poder,
fruto de llevar hasta el extremo las ideologías en las que se basan, consideran
que los medios no son sino otra herramienta de la sociedad que debe estar al
servicio de ese fin ideológico, y que el poder debe someterlos hasta el
extremo, para garantizar que la opinión que surja de esos altavoces, públicos o
privados, sea la que el poder determine que debe ser. Sí, es la descripción de
una dictadura, de un sistema de censura, de una estructura de purgas, de
vigilancia y de seguimiento a los que se resisten a seguir el mensaje que el
poder, omnímodo, dicta. Ese sería el sueño de sujetos como Iglesias o Abascal,
y no esconden mucho su deseo de que así sea. En tiempos de pocos disimulos como
los presentes respecto a las aspiraciones totalitarias, y de eufemismos
ridículos con todo lo demás, organizaciones como Podemos, que recordemos están
ahora mismo en el gobierno, mantienen un discurso totalitario en lo que hace a
los medios y a los que periodistas. No se cortan un pelo a la hora de denunciar
a personas, con sus nombres y apellidos, cuando consideran que los mensajes que
lanzan no son admisibles (léase, les critican) y mueven masas en las redes
sociales para presionar, vía insultos y coacciones de grueso calibre, a los que
desde las esferas de la formación son señalados como no afectos, como
culpables, como defensores del extremismo, como atacantes de la libertad. Sí,
el típico ejercicio mafioso de señalar y amedrentar, y todo ello en nombre de
los valores de la democracia. Orwell estaría orgulloso de lo aplicados que han
salido estos sujetos a los demenciales sistemas políticos que retrató en sus
novelas.
Si
uno mira el panorama global descubre, con pena, que lo que hace Podemos en España
no es muy distinto a lo que ejercitan personajes como Orban en Hungría o Trump,
el gran acosador, que desde la Casa Blanca día sí y día también insulta y
amenaza a aquellos que denuncian su actitud y ejercicio del poder. ¿Acaso hay
diferencias entre lo que desgrana Trump contra todo lo que no sea la Fox y lo
que ha hecho Echenique contra Vicente Vallés? En efecto, se parecen como las
dos gotas de agua totalitarias que son. Malos tiempos vivimos para el ejercicio
de la libertad de prensa, entre el desplome económico de los medios, el ruido
incesante de las redes y el acoso de los políticos que se creen dioses y que no
son sino sombras de pasados dictadores.
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