Hoy,
1 de julio, se cumplen 23 años desde que se produjo el acto por el que Reino
Unido transfería la soberanía de su colonia más preciada, Hong Kong, al
gobierno chino, en un momento en el que las relaciones de ambos países no
tenían nada que ver con las actuales. En aquel entonces la ciudad comercial
representaba alrededor de una quinta parte de la economía de toda la nación
china, y era un reflejo del futuro en medio de un país agrario, atrasado y
dictatorial. El acuerdo estipulaba que hasta 2043 la relación entre ambas
partes, la ciudad y China, se regiría bajo un régimen especial, conocido como
“un país, dos sistemas” garantizando las libertades y seguridad jurídica que no
existían en la nación china.
Hoy
las cosas son muy distintas en todos los sentidos. En poco más de dos décadas
se ha producido una transformación en China que nadie hubiera sido capaz de
imaginar y que la ha colocado como potencia geopolítica global y rival
económico directo de EEUU para alcanzar la primacía mundial. Frente a la actual
China cualquier país europeo es algo tan pequeño, en todos los sentidos, que no
deja de ser cómico recordar aquel tiempo en el que las normas en aquellas
partes del mundo se dictaban desde Londres o París. La economía hongkonesa ha
seguido siendo pujante, pero la de su país anfitrión ha explotado como una
supernova, y ahora mismo son muy numerosas las megalópolis chinas que, en su
estética, hacen sombra a la excolonia. El PIB de aquella isla es ahora ridículo
comparado con el de la nación en su conjunto, y el poder que representa en
China no hace sino menguar. ¿Ha perdido Hong Kong todo su atractivo? Ni mucho
menos, sigue siendo la casa de cambio de oriente, la plaza financiera de
aquella parte del mundo, en la que se producen la mayor parte de los
intercambios de divisas y productos monetarios que se dan entre la economía
china y la del resto del mundo. Es su ventanilla bancaria, debido entre otras
cosas a la aún no plena convertibilidad de la moneda china en los mercados
globales, y la plena disponibilidad del dólar hongkonés como vehículo de
intercambio. La tradición financiera, comercial y legal de esa plaza persiste,
y sus vínculos con todo el mundo, por lo que no es tan fácil ni sustituir ni
rivalizar con Hong Kong, pero es evidente que no es lo que era, y lo saben
tanto los habitantes de la metrópoli como el gobierno de Beijing. Desde allí,
las mentes pensantes de la dictadura china que rigen los designios del país han
ido elevando, poco a poco, pero sin cesar, la presión sobre la excolonia,
buscando los resquicios que ofrecía el tratado para ir limitando libertades y
derechos. La línea que separa el territorio hongkonés del resto del país sigue
siendo una separación real, de tal manera que delitos cometidos a un lado y
otro se juzgan de manera muy distinta y, sobre todo, se pueden emitir opiniones
en el lado isleño que serían objeto de encierro culposo en el lado continental.
Desde hace un año se llevan produciendo revueltas intensas en el enclave porque
China llevaba amenazando con imponer una ley que, directamente, eliminase parte
de las libertades democráticas que rigen en Hong Kong, en lo que se veía como
un intento claro del régimen de acabar con la molestia que supone ese enclave
en la política de seguridad y comunicación nacional, dominada de manera obsesiva
por el control. Esto es típico de cualquier dictadura, pero los niveles de
eficacia a los que ha llegado el régimen chino en su proceso de eliminación de
la disidencia y manejo de las opiniones son espectaculares, entre otras cosas
por el uso indiscriminado de la más moderna tecnología posible, aplicada a la
represión y al sometimiento del individuo, considerado por el régimen como una
pieza más, perfectamente reemplazable, de la que poder sacar el máximo rendimiento.
Ayer
Pekín promulgó esa norma que asalta las libertades de la excolonia y cambió, de
facto, las condiciones del tratado, adelantando varias décadas el proceso
de anexión plena. El camino para llegar a “un país, un sistema” está hoy mucho
más cerca de llegar a su destino.
Si
se fijan, y no sólo por el hecho de que el coronavirus llegase de allí, el peso
de lo que China hace y decide empieza a ser cada vez más determinante en el
tablero global, y en la escaleta de titulares de los medios de comunicación. Su
posición global crece, ya es una superpotencia en muchas de las dimensiones
imaginables por la vía de los hechos consumados, y es el único que trata de tú
a tú a unos EEUU sumidos en un marasmo. Cada día que pasa China pesa más en
nuestro mundo, decide más, impone más. Los habitantes de Hong Kong ya saben lo
que eso quiere decir. Nosotros asistimos a una versión suave, amable, de ese
poder. ¿Por cuánto tiempo será así?
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