lunes, julio 27, 2020

¿Qué hacemos sin turistas?


Recuerdo que en mis primeros veranos en Madrid asistía al vaciamiento de la ciudad en agosto en una escala gigantesca, que me recordaba a mi propio pueblo, Elorrio, que en ese mes se convierte en un lugar fantasma, despoblado, abandonado por los residentes que huyen a sus segundas viviendas o a los pueblos de origen. El fenómeno turístico en Madrid era escaso, presente, pero no relevante. Ha sido estos últimos cinco o seis años en los que se ha producido un disparo de turistas con destino a la capital que ha transformado, y no sólo, los veranos. A su alrededor se ha creado un enorme ecosistema económico que daba empleo y riqueza a miles y miles de personas.

Si el turismo era relevante en Madrid, es vital, absolutamente vital, en gran parte del resto del país, y, en determinadas regiones, supone prácticamente la única fuente de ingresos y forma de vida. Por eso la crisis del coronavirus se vio desde un principio como una bomba en ese sector, y muchos no entendíamos el desprecio, la altanería, la inconsciencia con la que, desde determinados cargos y autoridades, se observaba el derrumbe de un sector que es nuestra principal fuente de divisas. El aplanamiento de la curva allá por finales de mayo principios de junio supuso un alivio para algunos de los gestores de establecimientos turísticos al ver que, quizás, algo podría salvarse, una vez que en la UE se empezaban a levantar barreras entre países y a crear corredores seguros, que luego se fueron convirtiendo en flujos de viajeros. Lejos de lo de otros años, sí, pero algo era algo. Sin embargo, el repunte de positivos que observamos desde hace dos semanas, que es especialmente intenso en nuestro país, ha llevado a lanzar los primeros avisos de precaución a algunas de las naciones vecinas, que observan como España no es el destino seguro que se les vendió, y que también notan que en sus propios países, más despacio que en el nuestro, vuelven a crecer los positivos. La decisión tomada la noche del sábado por el gobierno británico para reinstaurar una cuarentena para todos aquellos que hayan pasado por España en los últimos días es un golpe mortal para el sector del turismo, que tiene en los británicos a su principal cliente. Dieciocho millones de residentes en las islas nos visitaron el año pasado. Repita la cifra, dieciocho millones de personas, y en los meses de julio y agosto fueron algo más de dos millones de personas las que vinieron cada mes. El gasto medio de ese turista, el guiri por excelencia, es de unos mil euros, por lo que no hace falta ser un genio para calcular los miles de millones de euros que están en juego, una manera diplomática para no admitir que están prácticamente perdidos. Esta decisión del gobierno de Boris Johnson también destruye por completo el flujo inverso, el de miles de españoles que todos los años visitan aquel país, por motivo profesional, personal o de ocio, y que desde hoy se ven en la necesidad de cancelar sus viajes, porque de nada sirve ir a un sitio en el que vas a tener que estar retenido. Ya desde hace meses se produjo la cancelación de miles de cursos y programas de intercambio de idiomas, que mueven una friolera de euros y personas durante los meses veraniegos, y que suponen un enorme flujo de ingresos para miles de familias británicas, que alojan en sus casas a los estudiantes. Quedaba, como antes comentaba, el consuelo de que al menos los intercambios de otro tipo se pudieran mantener y, mal que bien, minimizar en la medida de lo posible los daños mutuos, pero eso ya no pasará. Amparado por el crecimiento de nuestros contagios, alarmante, sí, pero en tasas aún menores a las que se registran en las propias islas, la decisión de Johnsosn es un mazazo para nuestra economía, un depresivo para las ansias de ocio de su población y una muestra de la enorme fragilidad de todo lo que consideramos seguro ante la evolución de un virus que nos tiene completamente en jaque. El recuento de infectados diarios es el parte de guerra de cada día y de su evolución depende todo lo demás. El gobierno, que pensaba que lo peor había pasado y se mostraba despreocupado estos últimos días, debiera estar hoy reunido de manera urgente para ver qué se puede hacer.

¿Cuál es la alternativa económica al turismo en ciertas regiones? ¿De qué se va a vivir allí si no hay visitantes? Cada vez que surgen noticias de este tipo me acuerdo de Baleares, Canarias, o gran parte de las localidades costeras mediterráneas, en las que el turismo es una especie de monocultivo en torno al que gira todo lo demás. Desprovistas de visitantes, el PIB de estas regiones puede caer en este trimestre, el de su mayor bonanza anual (excepto Canarias, que tiene en invierno la temporada más alta) hasta cotas de varias decenas de puntos, en una sangría que social, y hasta vitalmente, puede ser insostenible. Las arcas públicas apenas van a poder sostener unas rentas que no se van a recuperar hasta que la vacuna sea cierta y esté implantada. En muchas zonas de España, en un verano de cuarenta grados, se siente el frío del invierno económico.

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