Recuerdo
que en mis primeros veranos en Madrid asistía al vaciamiento de la ciudad en
agosto en una escala gigantesca, que me recordaba a mi propio pueblo, Elorrio,
que en ese mes se convierte en un lugar fantasma, despoblado, abandonado por
los residentes que huyen a sus segundas viviendas o a los pueblos de origen. El
fenómeno turístico en Madrid era escaso, presente, pero no relevante. Ha sido
estos últimos cinco o seis años en los que se ha producido un disparo de
turistas con destino a la capital que ha transformado, y no sólo, los veranos.
A su alrededor se ha creado un enorme ecosistema económico que daba empleo y
riqueza a miles y miles de personas.
Si
el turismo era relevante en Madrid, es vital, absolutamente vital, en gran
parte del resto del país, y, en determinadas regiones, supone prácticamente la
única fuente de ingresos y forma de vida. Por eso la crisis del coronavirus se
vio desde un principio como una bomba en ese sector, y muchos no entendíamos el
desprecio, la altanería, la inconsciencia con la que, desde determinados cargos
y autoridades, se observaba el derrumbe de un sector que es nuestra principal
fuente de divisas. El aplanamiento de la curva allá por finales de mayo
principios de junio supuso un alivio para algunos de los gestores de
establecimientos turísticos al ver que, quizás, algo podría salvarse, una vez
que en la UE se empezaban a levantar barreras entre países y a crear corredores
seguros, que luego se fueron convirtiendo en flujos de viajeros. Lejos de lo de
otros años, sí, pero algo era algo. Sin embargo, el repunte de positivos que
observamos desde hace dos semanas, que es especialmente intenso en nuestro
país, ha llevado a lanzar los primeros avisos de precaución a algunas de las
naciones vecinas, que observan como España no es el destino seguro que se les
vendió, y que también notan que en sus propios países, más despacio que en el
nuestro, vuelven a crecer los positivos. La
decisión tomada la noche del sábado por el gobierno británico para reinstaurar
una cuarentena para todos aquellos que hayan pasado por España en los últimos días
es un golpe mortal para el sector del turismo, que tiene en los británicos a su
principal cliente. Dieciocho millones de residentes en las islas nos visitaron
el año pasado. Repita la cifra, dieciocho millones de personas, y en los meses
de julio y agosto fueron algo más de dos millones de personas las que vinieron
cada mes. El gasto medio de ese turista, el guiri por excelencia, es de unos
mil euros, por lo que no hace falta ser un genio para calcular los miles de
millones de euros que están en juego, una manera diplomática para no admitir
que están prácticamente perdidos. Esta decisión del gobierno de Boris Johnson
también destruye por completo el flujo inverso, el de miles de españoles que todos
los años visitan aquel país, por motivo profesional, personal o de ocio, y que
desde hoy se ven en la necesidad de cancelar sus viajes, porque de nada sirve
ir a un sitio en el que vas a tener que estar retenido. Ya desde hace meses se
produjo la cancelación de miles de cursos y programas de intercambio de
idiomas, que mueven una friolera de euros y personas durante los meses veraniegos,
y que suponen un enorme flujo de ingresos para miles de familias británicas,
que alojan en sus casas a los estudiantes. Quedaba, como antes comentaba, el
consuelo de que al menos los intercambios de otro tipo se pudieran mantener y,
mal que bien, minimizar en la medida de lo posible los daños mutuos, pero eso
ya no pasará. Amparado por el crecimiento de nuestros contagios, alarmante, sí,
pero en tasas aún menores a las que se registran en las propias islas, la
decisión de Johnsosn es un mazazo para nuestra economía, un depresivo para las
ansias de ocio de su población y una muestra de la enorme fragilidad de todo lo
que consideramos seguro ante la evolución de un virus que nos tiene
completamente en jaque. El recuento de infectados diarios es el parte de guerra
de cada día y de su evolución depende todo lo demás. El gobierno, que pensaba
que lo peor había pasado y se mostraba despreocupado estos últimos días,
debiera estar hoy reunido de manera urgente para ver qué se puede hacer.
¿Cuál
es la alternativa económica al turismo en ciertas regiones? ¿De qué se va a
vivir allí si no hay visitantes? Cada vez que surgen noticias de este tipo me
acuerdo de Baleares, Canarias, o gran parte de las localidades costeras
mediterráneas, en las que el turismo es una especie de monocultivo en torno al
que gira todo lo demás. Desprovistas de visitantes, el PIB de estas regiones puede
caer en este trimestre, el de su mayor bonanza anual (excepto Canarias, que
tiene en invierno la temporada más alta) hasta cotas de varias decenas de
puntos, en una sangría que social, y hasta vitalmente, puede ser insostenible.
Las arcas públicas apenas van a poder sostener unas rentas que no se van a
recuperar hasta que la vacuna sea cierta y esté implantada. En muchas zonas de
España, en un verano de cuarenta grados, se siente el frío del invierno económico.
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