viernes, julio 24, 2020

Vacaciones con oleadas


Como el pasado viernes, eran bastantes las personas que ahora mismo iban en el metro con maletas, con la esperanza y aspecto de salir de vacaciones cuando se acabe la jornada laboral de hoy. A las puertas del último fin de semana de julio el ansia de salir de Madrid y cambiar de aires es enorme por parte de los que trabajan en la ciudad, un fenómeno que se repite con elevada intensidad cada año, que da lugar a enormes operaciones salidas de tráfico y a atascos de grandes dimensiones en el proceso de fuga, que se repiten de manera algo más dispersa a la vuelta, los domingo por la tarde, la hora del retorno de los que, o se fueron hace tiempo o los que sólo se han podido largar el soñado fin de semana. Así era antes y quiere ser ahora.

Pero es evidente que las vacaciones de este año no van a ser tales, o no al menos en su sentido estricto. Hay movimientos de salida y entrada, pero menores que otros años, y con la sensación de la urgencia clavada en la mirada de quienes se van a algún lado. Urgencia que se mide en número de infectados diarios y que se marca en forma de zonas en las que se reproducen los brotes. Uno ha previsto, pongamos, ir a veranear a la costa almeriense, y desde entonces no hace más que consultar cómo se encuentran los positivos por allí, qué pasa en aquellos pueblos y qué opciones tiene de que, cuando llegue el día previsto para partir, el viaje pueda hacerse como estaba previsto. Muchos de los esfuerzos de planificación de las vacaciones de este maldito año consisten en averiguar cómo pueden ser canceladas si es necesario, como renunciar a ellas al menor coste posible, o incluso al revés, cómo planificar una estancia mucho más larga en el caso de que los condenados brotes nos bloqueen en un lugar que consideramos como de paso, no de estancia definitiva. En el equipaje de muchos veraneantes este año, junto a toallas, ropas horteras y enseres deportivos, se van a colar tabletas y portátiles por lo que pueda pasar, porque realmente nadie sabe lo que puede acabar pasando, aunque el pensamiento de lo peor siempre está ahí. Y todo esto en aquellos que mantienen su plan de vacaciones, porque son muchos, legión, los que por motivos económicos o de prudencia directamente han optado por saltarse las vacaciones este año y dejarse de viajes. Hay miedo, hay respeto, hay temor, llámelo usted como quiera, pero las sensaciones no son ni mucho menos las de un verano cualquiera, y no son pocos los que, para no disfrutar con un viaje que ven lleno de riesgos, prefieren quedarse en la seguridad de lo conocido. Y son bastantes los que ven su presente y futuro económico cegado, y consideran directamente que irse de vacaciones es un lujo que su bolsillo, arrasado por la pandemia, directamente no puede permitirse. No hablemos de los viajes internacionales, salidas que todos los años para estas fechas están en pleno auge, y que este no son sino anécdotas que los que las practican podrán contar a sus cercanos como experiencias más propias de siglos remotos por la cantidad de trabas y protocolos que se deben cumplir para ir a alguna parte que por otra cosa. Pienso en julio y se me asocian muchas cosas a la cabeza, y una de ellas son los viajes de estudiantes para aprender inglés que invaden Reino Unido, Irlanda y otras naciones de nuestro entorno, y que este año no van a tener lugar. Algunas familias llevarían tiempo, quizás años, planificando ese primer viaje del hijo fuera de casa, con la ilusión de saber lo que aprenderá de idiomas y el temor a cómo sobrevivirá fuera de casa y con la cocina inglesa. Esos miedos menores han sido sustituidos por un miedo mayor que lo ha arrasado todo, que se ha llevado por delante formas de vida, certezas y anclas en torno a las que nos apoyábamos para marcar el rumbo vital. Ha deshecho planes como una tormenta de verano rompe la calma de la tarde, y ha convertido el tiempo de vacaciones en una extensión más de la era de nervios en la que vivimos desde finales de febrero.

Paradójicamente, la tensión acumulada en estos meses hace que, quizás más que nunca, sean necesarias unas vacaciones para poder desconectar de la pesadilla vivida, pero a medida que pasan los días y las cifras de infectados no hacen más que crecer la sensación es que el verano está siendo carcomido por el virus, y que la ventana de descanso que encontramos tras el final del estado de alarma se está cerrando. Los municipios que retroceden de fase ya no son uno o dos, sino que empiezan a ser muchos puntos rojos en un mapa de alarmas que se enciende, y el negocio asociado a las vacaciones, que soñaba con un respiro en los meses de verano, ve como sus ilusiones se apagan en forma de cancelaciones crecientes. Nada de este verano será como lo fueron todos los pasados.

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