La
empresa china Huawei, un monstruo tecnológico que se nos escapa de la
imaginación a los europeos, y no digamos a los españoles, fue la ganadora de
varios concursos realizados por el gobierno británico para el desarrollo del 5G
en aquel país. En todo momento esta empresa china ha estado en el ojo del huracán
por las acusaciones que hay sobre ella sobre si espía a favor del gobierno de
Pekín y si no es otra cosa que un inmenso portaviones camuflado que permite la
conquista de las infraestructuras y datos occidentales por parte de una China
cada vez más ávida de poder. Como suele suceder, parte de estas acusaciones
tienen un poso de verdad, y parte no.
Lo
cierto es que en el desarrollo de la tecnología 5G, llamada a revolucionar las
comunicaciones y muchas otras cosas (luego no será para tanto, ya verán) esta
macro empresa china es la primera del mundo en lo que hace a equipos,
instalaciones y demás cacharrería necesaria para que esas nuevas y prometedoras
redes crucen de manera inalámbrica nuestro mundo. Y estamos, creo, ante el
primer caso en décadas en las que las empresas occidentales no son las que
poseen la ventaja operativa y de desarrollo ante una nueva tecnología. Hasta
ahora se suponía que Europa o EEUU eran la fuente de todo lo moderno, y eso
impulsaba a sus empresas hasta el más allá, y con ello a sus economías y
ciudadanos. Japón en décadas pasadas y Corea del Sur más recientemente
empezaron a ser focos rivales en tecnología, y aún son competidores
formidables, pero es cierto que en el caso japonés su potencia económica se ha
ido lastrando con los años tras el derrumbe de la burbuja inmobiliaria de los
ochenta, y Corea del Sur se ha convertido en un país puntero, piense usted
mismamente en Samsung, pero no posee el tamaño suficiente para crear una
economía de liderazgo global. China es otra cosa. La imagen de su “made in”
sigue siendo floja internacionalmente, asociada al montaje masivo, a la calidad
no sobresaliente y a una indisimulada tendencia a la copia y el no respeto de
las patentes internacionales que le granjea muchos problemas, pero sí tiene un
mercado interno fabuloso que le permite que muchos productos y servicios
creados en exclusiva para él sean viables y su desarrollo tecnológico ha ido a
más a medida que el gobierno ha considerado la inversión en esa materia como
algo estratégico y necesario para el crecimiento del país. Los gigantes
californianos poseen sus réplicas en China, con Ali Baba como Amazon o Weibo
como Twitter, y son empresas gigantescas, en las que la mano del autoritario gobierno
chino está siempre presente, como en todo lo que sucede en aquella nación.
Tencent o Huawei son ejemplos de empresas que hasta hace poco no eran muy
conocidas, pero que son líderes mundiales en desarrollo tecnológico y que
marcan la pauta en su sector. Desarrollar el 5G sin ellas sería como haber
comenzado la telefonía móvil de finales de los noventa o principios del dos mil
sin Nokia. Impensable, ¿verdad?. Curiosamente, Nokia o Ericsson, empresas que
fueron punteras en ese sector y resultaron arrasadas por la irrupción de los
smartphones, se hicieron mucho más pequeñas y se dedicaron al desarrollo de
tecnologías de comunicación, de tal manera que hoy no venden terminales al público,
no se las conoce ni mucho menos lo que hace unos años, pero son de las pocas
empresas europeas que poseen recursos para desarrollar redes 5G, a enorme
distancia de Huawei, es cierto, pero no parten ni mucho menos de la nada. ¿Es
posible recurrir a ellas para no depender de las empresas chinas? Sí, en teoría,
pero a unos costes de inversión y de tiempo que pueden ser muy caros, y que no
tengo claro que las naciones europeas se puedan permitir, y menos tras ser arrasadas
sus cuentas públicas por la pandemia. Renunciar ahora mismo a que Huawei
desarrolle tu red es como comprar por internet y que no sea Amazon el lugar en
el quieras encontrarlo todo y que todo te sea suministrado. Posible, sí, pero
costoso.
Por
eso la
decisión del gobierno británico de rescindir los contratos con Huawei no
obedece, ni mucho menos, a cuestiones económicas o tecnológicas, no, sino que
es una decisión política, geopolítica más bien, en la que el pequeño país
europeo busca cobijo bajo el gran país estadounidense para ser guarecido del
enfrentamiento que cada vez es más intenso entre Washington y Pekín. Es
probable que las autoridades chinas no se queden de brazos cruzados y actúen
contra los intereses británicos, en su propio territorio, en lugares sensibles
como Hong Kong o en la misma city de Londres, donde el dinero chino infla
algunas de las muchas torres que se erigen sin cesar en aquella ciudad. Esta
decisión muestra que la grieta entre occidente y China no deja de crecer, por
el miedo nuestro ante su creciente poderío. El mundo está cambiando.
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