jueves, julio 09, 2020

Juan Carlos I y el dinero


¿Hasta qué punto la codicia puede manchar un legado? Día a día vemos personajes púbicos, e incontables habrá en lo privado, que se juegan su prestigio y nombre por unos fajos de dinero, en eso que llamamos corrupción y que alude a algo muy íntimo y grabado en el fondo de nuestra personalidad, el afán de poseer, de aparentar, de figurar, de tener, de ostentar. El dinero todo lo puede, es algo que asumimos como cierto en todas las facetas de la vida, aunque pandemias como las actuales nos demuestren que no es así, y por billetes vendemos nuestra honra y posición sin que nos importe el qué dirán, ya que mucho dicen pero pocos billetes tienen.

Cuanto más se sabe de la causa fiscal investigada en Suiza sobre las cuentas y sociedades del Rey Juan Carlos en peor posición queda su figura y legado, hasta el punto de que haya sido destruido ya para no pocos, monárquicos o no. Sociedades interpuestas, testaferros, rubias con pinta de amantes… y dinero, muchos millones de euros de dinero por todas partes. Las diferentes historias que giran alrededor de este asunto ofrecen una imagen doble de un Rey que ejercía su cargo con tino y sin estridencias, sujeto a su papel constitucional, y una persona que, presuntamente, buscaba vericuetos para tratar de salvaguardar patrimonio y dinero de la vista del fisco del país al que representaba. Probablemente con el tiempo se sepan todos los elementos de esta trama, los comisionistas que la alimentaron y hasta dónde llegaron los hilos que se urdieron por parte de abogados ansiosos de quedarse con un buen pellizco, pero el daño reputacional ya está hecho. En un país en el que la relación personal con la corrupción es muy hipócrita, teniendo en cuenta lo que se la critica de puertas para afuera y se practica a escondidas, parece que Juan Carlos I sí representaba a gran parte de esta sociedad, en la que si escarbamos descubriremos cosas que imaginamos, pero no queremos ver. Más allá de si hay delito en sus actos, y si la inviolabilidad de la figura regia, emérita o no, le cubre, la dignidad de su cargo deriva de su función constitucional y representativa. En España, como en otras monarquías parlamentarias, el Rey reina, pero no gobierna, no posee un poder efectivo como tal. Su labor es la de representar a un país, la de ejercer un papel de imagen, de figura en la que se encarna una visión de la nación, pero no puede dictar ni hacer dictar nada. Su poder reside en la gestión que haga de su imagen y comportamiento. Juan Carlos ha hecho enormes méritos para el bienestar de todos nosotros, porque vital fue su papel en el proceso de la transición que nos llevó desde la oscuridad de la dictadura a la democracia. Nunca dudó de lo que tenía que hacer en aquellos momentos, en los que ahora somos completamente incapaces de valorar el riesgo que se vivió, donde nada estaba escrito. Durante décadas su labor con distintos gobiernos ha sido elogiada por todos y vivió de una manera discreta y siempre sujeto a lo que la Constitución reglaba. En los años de su reinado la salud fue creciendo como tema de importancia a medida que se avejentaba, y los rumores sobre su vida personal y su labor de comisionista iban creciendo a la par que su familia empezaba a ser fuente de problemas. Todo lo sucedido en torno a Urdangarín supuso una primera prueba de fuego para la imagen de la institución y, ante ella, Juan Carlos actuó como es debido, sin provocar favoritismos para un personaje que se demostró ser un arribista de libro, y que hoy sigue pasando los días en una cárcel abulense. Sin embargo, de aquella historia, debió sacar una lección el rey ahora emérito, y es que en estos tiempos la información circula a la velocidad digital de la luz, y que no hay manera de tapar una trama si la componen más de una persona. Ahora vemos cómo se puede acceder al conocimiento de lo que se acordó de manera discreta en las sombras de Zarzuela.

El daño que este caso pueda hacer a la figura de la monarquía no es tanto legal como de imagen, de reputación, y eso es serio, porque esa, la reputación, es su principal activo. Felipe VI lo sabe, sabe muy bien que este país no es Reino Unido, donde los desmanes reales no son tenidos en cuenta por su población, aquí sí se penalizan. Conoce plenamente la solidez constitucional de su figura y la fragilidad social sobre la que se asienta si las cosas se ponen feas. Aprenderá en corona propia de los errores de la corona ajena, pero deberá tener mucho cuidado para que la figura de su padre, en un ocaso sin freno, no le opaque. Ese será uno de sus principales retos en lo que le queda de vida, y a todos nos conviene que lo supere con nota. Espero que lo haga.

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