Fernando
Simón se ha convertido en la cara de la epidemiología en la crisis del
coronavirus. Ha tenido el valor, que otros no han mostrado, de salir a la
palestra en medio de los días más duros, asumiendo golpes y fracasos que eran
suyos y de sus jefes. La infantil banderiza política que anida en nuestra
sociedad ha cogido a Simón como emblema. Los defensores del gobierno lo
ensalzan por encima de todo y los críticos con el ejecutivo lo acusan sin
cesar. Obviamente, Simón ha acertado en algunas cosas y se ha equivocado en
otras. Es un mandado que actúa forzado por la administración a la que se debe y
en esa clave deben leerse algunos de sus mensajes. El tiempo lo juzgará, y de
algunas cosas le absolverá, de otras no.
Una
de las cosas por las que se le criticará por tiempo es por sus
declaraciones de ayer, en las que agradecía la cuarentena británica y las
recomendaciones de aquel gobierno para que no se viaje a España. El
argumento para semejante afirmación tiene lógica si sólo pensamos en la
epidemiología, y vemos que las tasas de contagio en Reino Unido son superiores
a las de la mayoría de los destinos turísticos españoles, y disparatadas si las
comparamos con las de Baleares o Canarias. Con ese argumento en la mano,
aparece el concepto de caso importado y ante ese riesgo lo mejor y más prudente
es evitar que venga alguien a nuestro territorio. Dicho así tiene lógica, y es
cierto, pero yerra Simón en, al menos que se me ocurran de golpe, dos aspectos
muy importantes. Uno es que nos bastan y sobran los casos nacionales para que
se nos descontrole la epidemia en España, sin tener que recurrir a casos
importados. El desastre de las estrategias de rastreo puestas en marcha por las
CCAA es total, dado que apenas hay estrategias ni rastreadores, y a día de hoy
tenemos transmisión comunitaria garantizada en, al menos, Aragón y Cataluña, y
serias sospechas de que en zonas de Navarra o Murcia se puede estar ante el
mismo fenómeno. Una vez que esa transmisión se inicia el rastreo pierde su
sentido. De hecho, el rastreo se crea precisamente para controlar los brotes,
podarlos y evitar que se produzca la transmisión comunitaria. Por lo tanto, el
argumento del caso importado, que sería relevante de no haber casos propios, se
convierte en anécdota ante lo que estamos viendo en algunas CCAA. El otro gran
fallo de Simón es no asumir la desgracia, la infinita desgracia que supone para
gran parte del país la decisión del gobierno británico, que condena a la ruina
a miles de empresas y negocios, a millones de personas, que en determinadas regiones
como las insulares o gran parte de la costa mediterránea viven del turismo. Y
cuando digo viven quiero decir que sin él se mueren, no ingresan nada, se van a
la pobreza extrema. La visión de las declaraciones de Simón encierra una
ceguera sesgada por el tecnicismo de su posición que es lesiva para sus propios
intereses, para los del control de la epidemia y para el conjunto de la
sociedad. ¿Qué opinaríamos si un economista nos dijera que el paro es
voluntario, y que la manera de acabar con él es bajarse el sueldo hasta que
todo el mundo fuera contratado? Le acusaríamos de todo, pero lo cierto es que
su teoría es correcta. Un señor puede estar dispuesto a contratarme por,
pongamos algo muy bajo, 100 euros al mes, pero yo no estoy dispuesto a cobrar
eso, quiero más. El contratador se niega, no me da el trabajo y yo estoy en
paro. Esto es la base de la teoría de la oferta y demanda de empleo, así, en
crudo. Muchas décadas de experiencia y regulación han ido acotando ese mercado
para evitar situaciones crueles y absurdas como las descritas, de tal manera
que la ley permita la contratación y unos ingresos mínimos al empleado y unos
beneficios mínimos al empresario (seguimos discutiendo mucho sobre todo esto, y
más en el disfuncional mercado laboral español) pero si un economista puro,
racional y frío nos contestara a la pregunta de por qué hay desempleo su
argumento sería el relato que les hemos contado.
El
encierro total, el cierre de fronteras, garantiza al epidemiólogo la contención
del virus y el freno de la epidemia, tan obvio como que el salario cero
garantiza empleo infinito, pero la esclavitud es ilegal y el confinamiento,
como vivimos hace pocos meses, tiene unos costes sociales y económicos
devastadores. Para evitar eso se trató de diseñar la estrategia de rastreo, que
permitiera ganar tiempo y aplacar los brotes antes de que las cifras volvieran
a crecer, ganando semanas y meses hasta que la vacuna esté aquí, pero como eso
del rastreo ha sido otro fracaso nuestro nos encontramos ante el peor de los
escenarios posibles. Simón debiera rectificar, mostrar su comprensión ante los
millones de personas que viven del turismo, el 12% de nuestro PIB.
Declaraciones como esas son un error en forma y fondo.
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